Margarita
Versos tristes
A Pedro González
Un amigo a quien amo de manera
que más que amigo me parece hermano,
al tiempo de cruzar el Oceano
me dejó por recuerdo una cartera
en que se encuentra, escrito de su mano,
lo que a continuación ahora publico.
Es un desahogo de mi amigo ausente.
Como él está en el otro Continente
y ainda mais se ha hecho ya bastante rico,
yo doy esto a la prensa libremente
y a Don Pedro González lo dedico.
Comienza el manuscrito algo borrado:
con lápiz se escribió, como de priesa;
y yo tendré, al copiar, mucho cuidado
para que la escritura salga ilesa
y puedan los cajistas de El Mercado
hacer on claridad la parte impresa.
Así empieza la parte manuscrita
que leo en la cartera:
«¡Margarita!»
¡Margarita!
(A un amigo)
I
«Toda la noche he pasado en vela
y era mi pensamiento, amigo mío...
Imagínate: un pájaro que vuela
pasando de las sombras al vacío
Primero, sin mirar, perdió sus galas;
su plumaje entre breñas se deshizo;
después, en el vacío abrió las alas
y no pudo volar por más que quiso.
Oye: si tú comprendes lo que digo,
sabes que es hondo el caos en que lucho;
pues no hay que martirice tanto, amigo,
como querer, cuando se quiere mucho.
II
«Conocí a Margarita cuando apenas
tenía sus quince años no cumplidos,
y al mirarla, sentí que por mis venas
fuego corría en surcos encendidos.
Nos amamos los dos, pero de modo
que, con el alma ardiente y agitada,
con sólo vernos nos dijimos todo,
sin que los labios se dijeran nada.
Sólo sé que en un día de verano,
al verla sonreír con embeleso,
mi mano fría se llegó a su mano
y mi boca a su boca..., y hubo un beso.
Sólo sé que en su rostro yo miraba
de frescas rosas el purpúreo lecho,
y sé que el corazón me palpitaba
y quería salírseme del pecho.
Sólo sé que sentí que no sentía,
que me vi más poeta con mi bella,
y que después del beso de aquel día
sólo pienso en ser grande para ella.
III
«¿La quieres conocer? Su frente dora
el alba de su dulce primavera;
lindo consorcio de odalisca mora
y de púdica virgen de Ribera.
Su busto lleno despertara envidias,
que más que de mujer, es de ángel célico;
con sus cinceles lo esculpiera Fidias
en la mejor cantera del Penthélico.
Se advierte en su mirar fulgor de estrella;
sus labios, rosas son de la campiña;
y en su cuerpo de virgen casta y bella,
guarda el alma inocente de una niña.
Es amiga de pájaros y flores,
y como a los infantes pequeñuelos,
le encantan armonía y rumores;
y sé de melodiosos ruiseñores
que, al oírla cantar, mueren de celos.
Su escultórico talle lo envidiara
la asiática y airosa bayadera,
y si Venus de Milo se animara,
de afrenta, al contemplarlo, se volviera
a su cárcel de mármol de Carrara.
Teniendo el corazón mi amada hermosa
como el de una inocente de cinco años,
piensa con un girar de mariposa,
y siente gran placer, la caprichosa,
en dar pena y dolor, fingiendo engaños.
Tengo que confesar, para ser justo,
que es como esas chiquillas, la criatura
que sin mala intención y sin disgusto
matan un colibrí por travesura
y arrancan un rosal por puro gusto.
Como le di mi corazón un día,
¡la más tierna de todas las mujeres!,
se goza en el placer de los placeres:
al corazón brindado, ¡vida mía!
lo punza, por reír, con alfileres.
¡Misterios del amor! ¡Hondos arcanos!
No os ríais del amor, pobres hermanos;
yo di mi corazón a esta doncella,
y se me ha convertido, en manos de ella,
juguete de cristal en tiernas manos.
IV
«¿Me has escuchado, amigo? Va mi cántico
triste, como salido de mi pecho.
No vayas a creerme tan romántico.
Vine, vi, amé, sufrí. Bien: esto es hecho.
Los desahogos del dolor guardado,
los suspiros del pecho comprimido,
con un bálsamo dulce y delicado
calman el corazón del que está herido.
Por lo demás, la risa que provoca,
el exceso de luchas y de pena,
deja hiel amarguísima en la boca
que todo lo destroza y envenena.
Así, cuando me mires que sonría
y alegre estando disimule enojos,
es que caen por dentro al alma mía
las lágrimas ocultas de mis ojos.
Que si mi boca en el silencio calla
y se dobla abatida mi cabeza,
es que en el fondo de mi ser batalla
la desesperación con la tristeza.
Versos escribo, y cuando...»
V
Faltan unas
fojas al manuscrito del ausente;
mas se puede leer, entre lagunas
y a retazos, González, lo siguiente:
VI
«¡Ay! A un amigo me dirijo en vano
pidiéndola consuelo en tan extrañas
pesadumbres, ¡por Dios!; y el mismo hermano,
el mismo amigo, con su propia mano,
me revuelve el acero en las entrañas.
Yo no creía en el amor. Hoy creo.
Creo, porque me hieren sus espinas.
Yo era ciego quizás..., y ahora veo...
Veo un sol que se me hunde, y mi deseo
le sigue entre las brumas vespertinas...
Escéptico era yo; y en la alborada,
cuando al lucir el arrebol naciente
me despertó la aurora enamorada...»
VII
Aquí el papel está completamente
roto, y no puede leerse nada, nada.
Esta foja y también la otra siguiente
están hechas añicos; sin embargo,
como lo que aquí falta no es muy largo,
pego con goma en un papel los restos
de las fojas. Ya está. Ya están compuestos
los renglones... Están algo legibles...
Venciendo un imposible de imposibles,
ya los puedo entender... Miras, son éstos:
VIII
«Mi Margarita, no me des enojos
de esa dulce... locura en los excesos...;
denme vida... las... luces... de tus ojos
y dulz...u...ra... las mieles... de tus besos,
Si sól...o a ti te ador...o, amada mía...,
¿por qué... dices que quiero a quien no quiero?
¡Oh Musa de mi ardiente po...esía...,
mi vid...a, mi... esperanza..., mi lucero!...»
IX
La letra aquí, de lápiz, está extinta
y borrosa; en las fojas, que son anchas,
más abajo se miran unas manchas
que cubren un gran trecho, y son de tinta.
Entre las manchas hay escrito un poco
que, como lo de arriba, está en pedazos.
Mi amigo de seguro estaba loco
cuando ensució el escrito a borronazos.
Vamos a ver si, al fin, la cima toco
de traducir los versos a retazos:
X
«Para ti, Mar...ga...ri...ta...»
XI
No, no entiendo;
pero al cabo, González, voy saliendo
de esta rara tarea y buen trabajo.
Aqueste pedacito traduciendo
no he de seguir... Miremos más abajo.
XII
«... tú no ig...noras...
te he que...rido de veras...; tú lo impides...;
yo... del...iro contigo... a todas ho...ras...
Yo... siem...pre... soy... el mismo... ¡No me olvides!»
XIII
Aquí concluye todo. Entre las fojas
de la cartera, estaban unas hojas
de ciprés, flores secas, algo ajadas
y así... como con lágrimas mojadas.
Diciembre, 1885